El segundo disco en la intermitente carrera de D’Angelo, fue coeditado por los sellos norteamericanos Cheeba Sound y Virgin Recods en enero de 2000. Con su debut en el ranking Billboard 200 destronó a Supernatural de Carlos Santana y permaneció en la lista durante treinta y tres semanas consecutivas. Para marzo, ya era disco de platino y había vendido más de 500.000 copias.

Por qué un disco de jazz, soul y funk –con cierto halo vintage– se destacó en una escena R&B que fusionaba la herencia negra con el típico sonido lounge de fin de siglo.

Lo primero es la familia

D’Angelo, nacido en Virginia en 1974 con el nombre de Michael Eugene Archer, no tardó mucho en demostrar su talento con el piano familiar; pero su padre, un predicador pentecostal tan rápido como él, lo instó de inmediato a alejarse de esa música del diablo. Si no hubiera sido por su abuela, la única en la familia resuelta a alentar su veta creativa, tal vez D’Angelo no hubiera abandonado su hogar para editar, con apenas veintiún años, su primer álbum.

Brown Sugar, de 1995, fue compuesto y grabado íntegramente por el autor, en una pieza, antes de que EMI comprara los derechos para producir las sesiones finales (en las que también tocaría todos los instrumentos). Con cuatro nominaciones a los Grammy y una recepción positiva por buena parte de la crítica, el disco sirvió para poner al artista en el mapa y llevarlo por una gira de dos años que no terminaría nada bien.

Vivir, primero; escribir, después

En 1997 las giras de Brown Sugar se interrumpen: D’Angelo está bloqueado. Quiere escribir pero no puede. Se encierra a buscar la inspiración entre nubes de marihuana y bancos de pesas. «Lo que pasa cuando estás bloqueado es que tenés muchas ganas de escribir pero las canciones no salen porque vienen de la vida. Entonces te das cuenta de que tenés que vivir para poder escribir» le dirá, trece años después, a Entertainment Weekly.

Pero antes de que llegara a tocar fondo, en medio del bloqueo, sucede una seguidilla de eventos favorables: nace su primer hijo (de su relación con la cantante Angie Stone), conoce y empieza a desarrollar cierto vínculo con el colectivo musical The Soulquarians y se decide a trabajar en un nuevo proyecto con Russell Elevado, el ingeniero de sonido que había llegado al final de la producción de Brown Sugar.

 

Lo’ pibe’

The Soulquarians, que tomó su nombre de fusionar el soul con el signo en que nació la mayoría de sus integrantes, estaba formado inicialmente por Questlove (un baterista de la escena hip-hop), James Poyser (un tecladista proveniente del góspel y el funk), J Dilla (el productor de hip-hop que se resistía a cuantizar los beats) y el propio D’Angelo.

Entre 1999 y 2002 participaron del proceso de grabación de más de diez discos de distintos artistas. Pero, como recuerda el crítico Nate Chinen para el New York Times, vivían en estado creativo: «Los Soulquarians estaban en su propio mundo, zapando con viejas grabaciones de Prince y Stevie, transportándose a sí mismos y a su música al pasado en vez de al futuro.» Y ese mundo propio de zapadas y revisionismo tenía un lugar físico: el Electric Lady de Greenwich Village.

The Soulquarians

De izq a dcha: Talib Kweli, Common (arrodillado), Mos Def, James Poyser, Erykah Badu, Questlove, D’Angelo, Q-Tip, Bilal y J Dilla (arrodillado). Fotografía tomada para Vibe en el año 2000

La cueva y el archivo

El Electric Lady es un célebre estudio de grabación que había comprado y remodelado Jimi Hendrix un año antes de su muerte. Con preponderancia de instrumentos y equipos analógicos, está acondicionado para favorecer la creatividad y la inspiración de quien pueda pagarlo. Casi todas las paredes tienen murales psicodélicos pintados por el artista Lance Jost) y su pasado le confiere un aura mística. Es un pedazo de historia por el que han pasado artistas como David Bowie, The Rolling Stones, Kiss, AC/DC y Patti Smith, entre otros; y donde Charly García se dio el lujo de grabar Clics Modernos.

Aprovechando sus comodidades, durante los tres años que llevó la grabación de Voodoo, los Soulquarians coparon las cinco salas del estudio y, prácticamente, se instalaron ahí. Su base de operaciones fue el estudio A, una sala colmada de shows piratas de Prince y Stevie Wonder, y grabaciones inéditas de George Clinton, Funkadelic, Fela Kuti, James Brown y Curtis Mayfield, entre otros referentes de la música negra. Después de que se les sumara Elevado, ya presto a dirigir el proyecto, el colectivo alternó sus jornadas entre sesiones de grabación y maratones de viejos episodios de Soultrain.

 

El ingeniero piola

Russell Elevado es uno de los pocos ingenieros de sonido que sigue prefiriendo el sonido analógico y las grabaciones en cinta. Influenciado principalmente por el rock de los sesenta (Beatles, Who, Led Zeppelin, Pink Floyd), recuerda que durante la grabación del Voodoo dedicó muchas horas a contrabandear influencias con D’Angelo: «fue como si él me estuviera enseñando el funk y yo a él el rock».

Elevado fue el núcleo del disco: captó a la perfección el momento personal y el talento de D’Angelo (incluso su particular pronunciación, más musical que significante), percibió la versatilidad y el profesionalismo de los Soulquarians y aprovechó al máximo el archivo y el equipamiento del Electric Lady. Pero en vez de limitarse al rol de reclutador y dejar que semejantes condiciones de producción hicieran lo que sabían hacer, se permitió influir, tomar partido y sintetizarlo todo en una unidad que hizo explotar, literalmente, a cada una de sus partes. En una época en la que artistas como Maxwell, Jill Scott y Lauryn Hill reinterpretaban sus raíces en plan música de fondo, su intención, como dice en una entrevista con NPR, era bien distinta: «Mi idea era conceptual. La gente estaba sampleando estos discos clásicos, pero yo podía crear esos sonidos. Usando los micrófonos que usaban, las consolas que usaban y las mismas técnicas, podía incorporarlos de manera orgánica.».

Electric Lady

Electric Lady

El hit…

No obstante, el éxito y la repercusión pública que tuvo en su momento Voodoo, tuvieron su origen en una canción y, sobre todo, en un video. Después de dos singles que pasaron por las radios y las cadenas televisivas sin demasiado impacto, el primero de enero de 2000 se editaron el single y el videoclip de Untitled (How Does It Feel). El track, una oda sexual de siete minutos en homenaje a Prince, fue escrito y compuesto por D’Angelo y Raphael Saadiq, uno de los productores del disco, que en este caso también se ocupó del bajo, la guitarra y los arreglos.

Se trata de una balada clásica con varias voces, todas interpretadas por D’Angelo. El efecto emula un coro sobre el que descansa la temblorosa voz principal que murmura una letra bastante explícita: un llamado, una invocación al acto amoroso. A los cuatro minutos y medio, entra en una planicie instrumental matizada por susurros y falsetes leves. De a poco, el background va aumentando su intensidad hasta abrir una serie de alaridos cuya carga interpretativa es comparable al grito mudo de Al Pacino en El Padrino III. Es un efecto que se pierde en el video (que dura tres minutos menos) y que resignifica a su vez el final de la canción, un corte abrupto que tiene la misma explicación que el de I Want You (She’s So Heavy) de los Beatles: el fin de la cinta de grabación.

Después de los últimos y orgiásticos minutos la canción (que en 2001 ganó un Grammy por Mejor interpretación vocal masculina de R&B) uno queda, como diría Sartre, arrojado a la existencia sin saber del todo qué pasó, a qué estuvo expuesto, qué fue lo que estuvo escuchando.

…que costó quince años

Si bien el video atenúa la potencia expresiva de la canción, gana en su capacidad de impacto. Empieza con la cámara recorriendo de oreja a oreja la nuca de D’Angelo. Después enfoca su boca, que ya está pronunciando los primeros versos, y empieza a alejarse hasta exhibir su torso desnudo sobre un fondo negro. La única prenda es un crucifijo de oro, y el plano termina a pocos centímetros de la pelvis, dando la sensación de una desnudez total. Los cuatro minutos restantes transcurren entre gritos suplicantes que dejan ver unos dientes blanquísimos y planos de un abdomen sudado y tenso que, sobre el clímax final, recrean cierta idea catódica del sexo oral.

Dirigido por Paul Hunter (Snoop Dog, Marilyn Manson) y Dominique Trenier, el clip se rodó y editó en un solo día y dio lugar a una polémica inmediata: el público se dividió entre el elogio y el rechazo ante la novedosa idea de exhibir un cuerpo masculino como objeto de deseo.

La idea de Trenier (que además era el manager de D’Angelo) había sido aprovechar el nuevo cuerpo que su dirigido había entrenado con Mark Jenkins (entrenador de celebridades como Anderson .Paak y Beyoncé) para trascender su público original y captar nuevos intereses.

El video convirtió a D’Angelo en un ícono sexual pero, junto con el desencanto por la recepción general de su disco (le dolía que se lo leyera como otro disco de neosoul), terminó sumiéndolo en una caída bastante más profunda que su bloqueo previo. Su reacción post-éxito incluiría un cóctel clásico: encuentros difusos con la policía, mucho sobrepeso, marihuana y una buena dosis de cocaína. El saldo: alejarse de la escena musical, no aparecer ni como invitado en el show de algune amigue, por casi quince años.

Confianza y Magia

Voodoo es un disco hecho de confianza. De confianza en el input, en la formación y la escucha de los clásicos, los grandes maestros; de confianza en el output, en pasarse tres años experimentando para implotar en sesiones se grabación en cinta que no tienen lugar para el error; pero, sobre todo, de confianza en la juventud. D’Angelo tenía sólo veintitrés años cuando empezó la grabación y aun así pudo contar con las mejores condiciones de producción y un margen de tres años para producir lo que sería el disco de su carrera. Veinte años después, Elevado lo resume como una prueba de la magia pueden crear los seres humanos que tocan sus instrumentos, que han aprendido su oficio durante años y años de experiencia, que entran a un estudio, graban y se van.

El resultado es un disco que quiso revolucionar la escena adormecida del R&B de fin de los noventa, pero marcó un techo tan alto que más que influenciar a sus contemporáneos, terminó siendo una excepción, uno de esos discos perfectos a los que la etiqueta de clásico u obra maestra los enaltece tanto como los aparta.


Texto publicado originalmente en Centro Hausa