-¿En qué cree usted?
-Yo creo en todo lo que no soy.

Marcelo Cohen

Zona de resistencia

El personaje está en crisis y la crisis del personaje es la crisis de la narrativa. O mejor dicho: la crisis del personaje revela la incapacidad de cierta narrativa para seducir e interpelar al otro, entendido como alguien ajeno a la manada en la que pueda inscribirse al autor o autora de una obra de ficción. Se advierte una continuidad: una recta que atraviesa la vida del autor, la de sus personajes y la de sus lectores posibles. Un vínculo difuso fundado, como el que nos une a los contactos que likeamos en las redes, en el hecho de compartir la experiencia más mediata y superficial: la de los hechos. En este contexto, la imaginación no suele preceder al deseo de escribir: producir es una obligación y hay que hacerlo con urgencia porque sino, como dijo alguien, escriben los demás.

Así las cosas, de un lado queda la narrativa paternalista que construye personajes con recetas obsoletas de taller clásico: la narrativa del artefacto que trata al lector del mismo modo que lo trata un publicista y que aspira a que sus libros sean guión, película, serie de Netflix. Del otro, la narrativa pos-costumbrista de la white trash urbana que reniega de la trama y narra, con suerte, la épica de una clase media con aspiraciones y, sin suerte, el vacío, la ausencia de algo que sostenga vidas que se viven en piloto automático: salieris, en su mayoría, de Saer o Fogwill pero sin la pericia antropológica del primero ni la agudeza sociológica del segundo.

En el medio, lo que podría llamarse la zona de resistencia: una parcela de suelo fértil en la que se cultiva la fe ciega en el personaje, en el argumento, en las peripecias, en la transformación; una zona que persigue aquella experiencia que sólo puede producir la literatura: una experiencia que sacude los cimientos del sentido y de la que el lector sale, al menos por un rato, siendo otro. En esa zona estuvieron el Dainez de Marcelo Cohen (Hombres amables, 1998) o el Gordo Corvina Sotelo de Laiseca (El jardín de las máquinas parlantes, 1993), dos relatos que se revisten de excesos para narrar una vida que cambia, un personaje que se salva (cuanto menos, del olvido del lector).

En esa zona, también, está el Narciso Falopio de J. P. Zooey.

Sinópsis

Narciso Falopio es un treintañero hijo de una madre desaparecida por la dictadura militar y un padre acribillado por la policía. Vive con Nervina, con quien mantiene una relación electro-erótica y tierna pero amenazada por una metafísica personal que los enfrenta[i]: Falopio percibe al mundo como insuficiente y se pasa la novela entera reparando su poema tecnológico que sirviera para encontrar la fe; Nervina necesita que las palabras signifiquen una sola cosa y que las cosas sean una sola cosa por vez.

En la primera página de la nouvelle, Narciso bebe una taza de café con unas gotitas de Neurovalle, una brisa inexplicable corre por su baño sin ventanas y tiene una visión: dentro de una lamparita, un niñito le tiende los brazos en busca de afecto. El desprecio o el miedo lo hace accionar el interruptor y el niñito queda quién sabe dónde. Se corta la luz. Intenta anotar la visión en su cuaderno de notas pero cuando relee ya no entiende nada.
Este esquema, el de las visiones, se repite durante toda la nouvelle, al igual que: los encuentros sexuales con Nervina antes de que ésta lo abandone para ir a trabajar; las salidas nocturnas y fallidas con su amigo Glacé (que siempre lo deja por desconocidos que se parecen a celebrities); las excursiones al barrio de Once a bordo del colectivo Negro para alimentar al gato intangible de su amiga Maira (el gato es luz audible. No lo busques mucho con la vista); las conversaciones en el patio de la casa de su amigo Estaño, el encargado de imprimir en 3D las distintas versiones del poema tecnológico.

A medida que se repiten estos hechos relativamente cotidianos, Falopio cada vez puede menos. O sea: se la pasa no pudiendo más. Lo urgen pequeños arranques de locura, mínimos estallidos de intervención grotesca y física en el mundo material: como cuando incorpora en una cesárea invertida una lengua de vaca en el colchón en el que duerme con Nervina, cuando rompe una vidriera con un pedazo de baldosa para luego darse a la fuga o cuando escribe una descarnada y críptica nota[ii] que deja en la mesa de una pareja de desconocidos mediáticos.

Un elenco breve de personajes que no se describe demasiado, un puñado de situaciones cotidianas que se repite como la rutina pasajera de cualquiera de nosotros en una etapa de nuestras vidas y un protagonista atravesado por un conflicto verdadero y profundo.

Con eso, en las ochenta y una páginas de la novelita propiamente dicha, quien sea que fuera el autor de esta historia, supo hacer un pedazo de literatura que perdura en quien escribe como pocas de las muchas experiencias literarias a las que fue sometido.

(Paréntesis: J. P. Zooey publicó cuatro novelas. En dos de ellas además de autor fue personaje. ¡Florecieron los neones! es su quinto libro pero el primero en publicarse después de que su identidad civil fuera develada -Juan Pablo Ringelheim, docente de Comunicación en la UBA.  Como para que la novedad no aniquile la multiplicidad de identidades, J.P. Zooey no es el autor de esta novela. El autor es Narciso Falopio, que también es el protagonista. Fin del paréntesis)

Nada detrás

El dispositivo nouvelle se completa con un aparato paratextual que propone y anula tanto posibles lecturas como los orígenes del relato. El libro incluye una introducción en la que Zooey narra en qué condiciones encontró el texto de Falopio, por qué lo eligió entre otros, cómo conviene leerlo y nos spoilea que Nervina y Falopio son cíborgs[iii]. También se incluye, a modo de epílogo, una carta en la que Falopio hace su descargo: todo lo que dijo Zooey es mentira y su interpretación de la historia no podría ser más errónea.
Artilugio estimulante para algunos lectores, anexo contraproducente para eventuales aspirantes, la función del paratexto es hacernos bajar la guardia: saturarnos de información, de interpretaciones, de posibilidades. Aniquilar el horizonte de expectativas, frenar de un cachetazo la urgencia del juicio y dejarnos desamparados, frente a una historia y a un personaje sin nada detrás[iv].

Tócala de nuevo, Zooey

Entre otras cosas, en la nouvelle de Falopio el lector se va a encontrar con la mitologización de datos históricos reales convertidos en fábulas de una belleza estética que perdura (el origen del semáforo peatonal o del cable enrulado del teléfono), con metáforas informáticas y tecnológicas que implotan revelando una extraña sensación de irreversibilidad en torno a cómo percibimos el mundo (y esto, la alegría de Nervina perdió definición las visiones emergieron de su boca como pop-ups que Glacé ignoró, es algo que sólo puede hacer la literatura) y con un repertorio de nombres (los farandulescos Sabandija el Grande Picaflor, Tigre Padrecito de los Santos, Titán el Gran Bruxista o Silbadora la Dueño del Sol, la peluquería Crines, los supermercados Perenne) que recordará con medias sonrisas incluso varios días después de finalizada la lectura.

Si quien declaró Me propongo hacer pasar el tiempo, tal vez conmover, tal vez incomodar. Producir algo en el lector. Intervenir, influenciar el lenguaje que ya tiene. Hackearlo. en la ya citada entrevista sin firma, es la misma persona que escribió ¡Florecieron los neones!, habría que decirle que lo logra e instarlo, respetuosamente, sin presionar, a que lo siga logrando.



¡Florecieron los neones!

de J. P. Zooey
por Odelia (2018)
127 páginas

[i] Falopio y Nervina eran dos radios analógicas en diferentes diales, sólo las podría vincular una fusión corporativa, dice el narrador.

[ii] A los militantes del pasado la urgencia política del presente los volvía fugitivos de la norma. La norma se bestializó y canibalizó en el “Proceso de Reorganización Nacional”, que finalmente aniquiló la fe como siempre habían hecho las máquinas. Los anómalos habían militado con la secreta esperanza de hallar el tesoro señalado por el arco iris, para repartirlo. Sabían que el arco iris era el último resto festivo de las antiguas y rotas nupcias entre el cielo y la tierra, entre el Paraíso y el Trabajo.

[iii] La lectura que propongo, desinteresada del suspenso, es una lectura sin apego a la supuesta potencia de un desenlace inesperado, es más bien una aproximación al texto posada en el instante de la frase. ¿Y si leer fiera pensar según la coyuntura de la frase, de un modo distinto al acumulativo del saber y, por consiguiente, leer implicara salir del misterio que la literatura, en torno a la idea de Juicio Final, ha organizado con tanta precisión?
[iv] Fragmento de entrevista sin firma en la Revista Ñ:

-El personaje de J. P. Zooey que aparece en “Sol artificial”, pero más desarrollado en “Los electrocutados”, ¿es una descripción o una caricatura de vos mismo?

-El que aparece en los libros es el autor. Pero el autor es J. P. Zooey.

-¿Que no sos vos?

-No. No hay nada detrás.