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Publicado en Reseña

El silencio después del libro

Termino de leer el libro y advierto que de Ismael Origlia sé apenas lo que dice la contratapa: que nació en pleno mundial 78, en Huanchilla -un pueblo cordobés de mil habitantes; que a los diecisiete se fue a la ciudad; que estudió sin recibirse Comunicación Social, Letras Modernas y Publicidad; y que Jaula y llanura es su primera novela. Busco paratexto: entrevistas, otras lecturas del libro, videos en YouTube. No encuentro nada salvo una nota de Javier Mattio en La voz (…a pesar de la aberración, el tono del relato es claro y racional, incluso preciosista) con la que estoy bastante de acuerdo. Me pregunto por dónde empezar. Voy a lo fácil.

Wikipedia me dice que una llanura es una gran extensión de tierra plana o con ligeras ondulaciones formada por la acumulación de sedimentos traídos por el viento, los ríos y el mar. También me dice que una jaula es una caja o espacio cerrado con paredes para mantener animales cautivos y que su forma o tamaño dependen del animal al que se quiera encerrar.

 

Picnic

La novela empieza con los preparativos de una familia rural que vive entre chanchos, gallinas y la náusea que dejan los aviones fumigadores que sobrevuelan la zona. Javier, el narrador protagonista, y los cuatro integrantes de su familia, se alistan para abordar el sulky que va a arrastrarlos, como a los vasos de lata que cuelgan de su carro, hacia la orilla del río (un brazo angosto, turbio y estancado del Río IV), donde planean celebrar un picnic en ocasión de algo que no voy a spoilear.

Viajan, comen, beben. Pasan cosas, juntan todo, vuelven. Salvo por dos excepciones que tampoco voy a adelantar, este es el único episodio que se narra en los veintiún segmentos de esta primera parte.

 

Los personajes

Javier, que parece vincularse con el mundo sólo a través de la mirada (Miro la llanura que nos rodea, alfombrada por plantas de soja. Se sacuden por la brisa y tornasolan en dos verdes. Mirar esa extensión equivale a mirar fijo un vestido de lentejuelas. La mirada se cae a un abismo. A veces me marea, a veces me calma hacer eso. Ahora me marea).

La hermana, que parece percibirlo todo con el cuerpo (brrr, la puta que está fría, dice cuando toca el agua del río; qué lindo que está acá, cuando encuentra la sombra; qué olor a mierda, cuando huele excremento).

El tío Héctor, que es discreto, gusta de alejarse y del que se presume cierta piromanía.

El padre, que, postrado en una silla de ruedas, es capaz de manipular objetos con las manos y decir palabras ininteligibles pero nadie, ni el lector ni los protagonistas, puede saber a ciencia cierta si es o se hace.

Y la madre, que, acaso como contracara de un cansancio milenario, ejerce la jefatura de familia con despotismo y violencia sin que su rusticidad impida percibir cierta ternura en su maltrato.

 

Todos se relacionan, como en esos primeros grupos de socialización medianamente adulta, a través de la agresión oral -eminentemente sexual. Javier trata a su hermana de puta, la hermana trata a Javier y al tío de pajeros, y el mismo trato es el que todos reciben de la madre (único miembro de la familia que sale ilesa de la guerra verbal). Como si ni siquiera para insultarse pudieran birlar el estilo matriarcal, o como si no hubieran podido acceder a otros modos de vincularse que los servidos como ejemplo por la familia (lo cual parece bastante probable porque viven aislados del resto de la población y no parecen saber -ni querer- interactuar con nadie).

 

Descomposición

De los dieciséis segmentos de la segunda parte, voy a decir poco: que son fragmentarios; que no abarcan un episodio sino muchos; que esos episodios se desplazan en un tiempo indeterminado (meses, años, décadas). Y nada más. La escritura de Origlia germina de la misma semilla que Chesterton consideraba indispensable para que dé fruto el pensamiento: la humildad. La liviandad con la que son retratadas las escenas más grotescas y cargadas, sin destacarlas respecto del resto de los hechos o descripciones sino así nomás, como al pasar, se agradece muchísimo en los tiempos que corren. Si es una estrategia o no, importa muy poco. Lo que importa es que funciona, como creía Tarkovsky, generando una respetuosísima relación de horizontalidad entre autor y espectador que precisa del tiempo y del espacio para manifestarse en su mejor versión.

Origlia no mastica lo que muestra. No lo desmenuza. No lo agota. Lo escribe. Y su escritura invita a seguir leyendo a la vez que hace que el libro dialogue con nosotros en la más eficaz de las instancias: cuando ya no estamos leyendo. Como si no fuéramos más que llanura y el silencio después del libro, arrastre hacia nosotros, como el río, el mar o el viento, los sedimentos de lo que solemos llamar vida.