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Publicado en Ensayo

Un instrumento mejorado

El presente es una serie de discursos yuxtapuestos: un mix de relatos y condicionamientos (temáticos, semánticos, sintácticos) que impone una agenda y determina un lenguaje público. El lenguaje público influye en la conformación de los roles que asumen los sujetos en una sociedad y los modos en que éstos se relacionan. Los roles y los vínculos intervienen en la formación del lenguaje íntimo, ese con el que los sujetos se hablan a sí mismos, se autoperciben y piensan.

De ahí la importancia del lenguaje como bien público, de la cultura como campo de batalla y de la responsabilidad de sus operadores (aquellos cuyo discurso circula en medios, instituciones y plataformas).

 

 

No hay progreso sin diálogo entre pensamiento y acción política, entre discurso y revolución. Pero este diálogo es asincrónico. Necesita que pase el tiempo. Cuando se quiere forzar la sincronía entre pensamiento y acción, todo deviene apariencia, mímica. Pantomima.

 

 

Si bien la palabra viene del latín, fue hace unos ciento veinte años que Martinus Willem Beijerinck produjo los descubrimientos necesarios para la definición actual de virus: «un agente infeccioso microscópico acelular que tiene la reproducción como único objetivo, utilizando para ello a otros seres como huéspedes o vehículos». 

Esta idea, setenta años después, le permitiría a William Borroughs definir al lenguaje como un virus que había habitado las conciencias humanas para multiplicarse y expandirse.

 

 

Hay un poema, el poema de Girri: “Trabajar para sí”. Para sí, ¿no? Interesante. Trabajar para preservar al máximo la autonomía de tu instrumento de producción, estoy hablando del tipo de la gracia. Hablo de los graciosos, de la gracia que tenemos los tipos que podemos escribir o pintar o cantar (…) Su militancia tiene que estar destinada a preservar sus instrumentos.[i]

 

 

Al igual que otros bienes públicos, el lenguaje está sitiado por el poder económico: el discurso propagandístico ha colonizado la política, las instituciones y la cultura.

Hay una grieta.

De un lado, reducido a ghettos y academias, sin la capacidad de interferir los discursos públicos: el pensamiento crítico de quienes antes eran llamades intelectuales; del otro, operada por el lenguaje de los medios, las instituciones, las plataformas y los algoritmos: la sociedad, el pueblo.

 

 

En el lenguaje del presente las sociedades no dicen, son dichas.  Pensar –es decir: trabajar (con) el lenguaje– es –siempre– operar contra el presente. Mantener el estado de pregunta, rechazar toda certeza, no rebajar las ideas al destino panfletario de ser receta para la acción.

 

 

Los virófagos son un hallazgo científico de fines de la primera década del dos mil: virus que parasitan otros virus. Cuando la inserción de un virófago se produce en una zona sensible del virus original, puede producirle mutaciones que lo lleven a su destrucción, por lo que el virófago –en determinadas condiciones– termina protegiendo al huésped. Esta contienda no tiene nada que ver con el tamaño ni la potencia: un virófago pequeño y menos poderoso, puede alterar gradualmente a un virus gigante hasta conducirlo a su propio fin.

Lo que necesita es tiempo.

 

 

Algo gratis, loco. Mirá Wittgenstein cuántos libros gratis escribió[ii].

 

 

El pensamiento hace Historia cuando pregunta, no cuando responde. El pensamiento no adoctrina al presente, sino que colabora, modestamente, con las posibilidades de una acción futura. La acción viene –si viene– siempre después. Y la ejecutan otros –que en general no piensan, hacen–.

Pensar es dialogar con el futuro: es la mosca que jode detrás de la oreja de los cuerpos que –mañana– harán Historia.

 

 

En un país inflacionario, el dinero nunca alcanza y se trabaja mucho. Siempre falta tiempo. Esta exigencia –fruto del contexto, pero también de ambicionar ciertos modos de vida– empobrece las relaciones. Clientes, pacientes, usuarios, educandos, espectadores: todos los actores sociales son anonimizados en el vértigo de la cantidad.

La industria cultural no está exenta de esta lógica: sus discursos perdieron gratuidad, cuando las contraculturas devinieron nichos de mercado.

 

 

Cuando asume carácter público, el pensamiento es virófago del lenguaje: se infiltra en sus catacumbas con la intención de provocarle alguna mutación que pueda conducirlo –con el tiempo– a su propio fin. Cuando es gratuito, su objetivo secreto es la aniquilación del virus: salvar al huésped, tender al silencio. Está en contra de todo, no acepta nada.

Cuando eso sucede, se lega (como exigía José Martí) un instrumento mejorado.



[i] Fogwill, extraído de Diálogos en el campo enemigo (Mansalva, 2016). Las negritas son mías.

[ii] Ídem.