El valor del encuentro
Cada lector busca algo en el poema.
Y no es insólito que lo encuentre:
ya lo llevaba dentro.
Octavio Paz
UN SONIDO MENTAL
Cuando Ferdinand de Saussure quiso definir el objeto de estudio de la lingüística, vio que el lenguaje era inabarcable. Entonces lo dividió en dos: «lengua» y «habla». Aunque preocupado más por una que por la otra, Saussure se encargó de definirlo todo: del lenguaje, la lengua sería la parte social (en tanto sistema de convenciones) y mental (porque ese sistema habita nuestras psiquis), y el habla su parte individual (en tanto es el uso de esa lengua que realiza un sujeto) y fáctica (porque el decir, el pronunciarse de este sujeto, sucede fuera de él).
Gráfico incluido en el «Curso de lingüística general», la recopilación póstuma de las clases de Ferdinand de Saussure.
El habla saussureana es eminentemente oral: de ahí su carácter fáctico y su triple naturaleza (física, psíquica y fisiológica). Su instrumento, es decir, aquello que la hace sonar, es el aparato fonador.
Pero el habla también se manifiesta en silencio.
A FAVOR DE LA (OTRA) INTERPRETACIÓN
Todo empieza con una música, una voz: mi habla reproduciéndose en la oquedad de mi ser. En sus primeras instancias, en mí, escribir es siempre una transcripción. Por eso, antes que cualquier otra cosa, la escritura es un tipo de escucha. Una escucha que revela ahí, en el centro de lo mío, una ajenidad: el eco lento y pausado de la lengua, un halo previo sucio de Historia, lleno de Vida.
Cuando leo sucede lo mismo, pero al revés: una decodificación y una nueva codificación. A partir del código común que es la lengua, reproduzco una voz ajena, un sonido que empieza a llegar a mí pero imposible aun de escuchar, una música que necesita de mi lectura para sonar.
Leer es tocar lo que compuso otro. Hasta que es tocado por alguien, ningún texto suena.
Toda lectura es la interpretación de una otredad.
BARRO TAL VEZ
En el acto de leer se produce el encuentro de dos hablas a partir de un texto, que está hecho de lengua. No hay dos lecturas iguales porque ni el texto ni la lengua ni el autor ni el lector son entidades continuas: son puro instante, zen instantáneo, pura existencia.
El texto es esa entidad móvil en la que, con cada lectura, la Historia se realiza, no como antología de hechos sino como un único acontecimiento hecho de azar, mugre, barro.
L A PREGUNTA
Lo que me anima a escribir es una pulsión que me excede: una voz familiar que suena a (y en) mí pero en la que retumba la otredad de la Historia, una batalla que se libra en mi interior con la fuerza de la Vida y la opresión de la Cultura, de la que emerge, aunque ya perforada por la identidad, una voz.
Me he vuelto un esclavo de esa voz.
Es lo único en lo que puedo confiar, lo único que me une a la escritura.
No escribo más que irrupciones, verdaderos asaltos. No sé lidiar con ninguna idea de obra ni de texto: no escribo sino le sustraigo al acto, antes, cualquier tipo de intención. Para mí el texto es siempre un hallazgo, un descubrimiento.
En el devenir de convertirse en cosa, en algo material, físico, la voz de pronto se vuelve ajena, tan otra que, si espero un par de días, termina siendo no más (y no menos) que una serie de signos en una hoja o una pantalla. Inmediatamente aparece, entonces, aunque no del todo consciente, más bien como una intuición que no termina de distinguirse, el saldo de una pérdida, la muerte en forma de pregunta: ¿qué hacer con eso?
Y SIN EMBARGO TE LO DA
Hacer algo con lo escrito (y no más bien nada) es una decisión. Y en el fondo de esa decisión hay siempre un otro. Todo texto es puente, anhelo de comunicación: no de comunicar algo (no tiene mensaje para dar) sino de comunicar, a secas.
La pregunta por el qué hacer con eso que se ha escrito se responde afuera.
De la pulsión de muerte no se sale solo. Todo lo que viene después de la escritura (la corrección, la edición, la publicación) no tiene nada (nada) que ver con la escritura. No se trata, tampoco, del cierre de un circuito que se inicia con ella: no son acciones necesarias. Son decisiones individuales. Es decir, políticas.
LA CORRECCIÓN: UNA (CUESTIÓN) POLÍTICA
Si lo que me anima a seguir leyendo un texto es la intuición de algo que se prolonga, de una pulsión que demanda de mí cierta continuidad, una deriva, una disolución en lo ajeno que de algún modo se siente familiar, mi trabajo (mi obligación) es estar a la altura: que mi texto, una vez fuera de mí, cuando sea leído, permita que eso que me animó tanto a escribir como a seguir leyendo sea posible en otros. Que no se corte.
En mi caso se trata de limpiar, purgar: enmendar la corrupción de querer hacer literatura, erradicar la estúpida fantasía de plasmar algo que me represente, cagarme en la identidad todo lo que pueda.
Y en reemplazo de todo eso poner nada, cada vez más nada: ofrecer tiempo y espacio para la interpretación, hacer posible la reunión. Hacer del texto un lugar de encuentro.