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Publicado en Reseña

La insuficiencia del mito

Entre 1628 y 1631 los bandeirantes (en su mayoría mamelucos, hijos de portugueses y habitantes originarios) esclavizaron y expulsaron de sus tierras a más de sesenta mil indios guaraníes. Brasil pasaría de tener tres millones de kilómetros cuadrados, a ocho. Comenzaría el éxodo de los guaraníes que estaban siendo cristianizados en las reducciones jesuíticas del Guayrá (entonces, parte de la corona española; hoy, estado brasilero de Paraná).

En este contexto suceden los hechos de La despoblación (Blatt & Ríos, 2022), la quinta novela de Marina Closs (Misiones, 1990), que ya había trabajado con la conquista, la exploración y el choque de culturas en Álvar Núñez: trabajos de sed y de hambre (ConTexto, 2019). Aquí, los curas protagonistas (Antonio Ruiz y Jesús Maceta) parecen inspirarse en Antonio Ruiz de Montoya y Simón Mazeta, dos miembros reales de la Compañía de Jesús que dirigieron el mencionado éxodo guayreño.

 

La primera parte de la novela muestra la vida del padre Antonio Ruiz (un cura azotado por oscuros y dolorosos “estados de santidad”) y su fiel ladero, el padre Jesús Maceta, cristianizando guaraníes en la reducción de San Ignacio. También narra la llegada de Overá: un guaraní que anda montado en un indio mulo, dice ser Hijo de Dios y quiere convertirse en sacerdote.

En la segunda parte, lo central será la conversión del recién llegado: Antonio querrá casarlo para que una esposa “ablande su sensación de importancia” pero Overá se resistirá todo lo que pueda porque las mujeres le dan tristeza y miedo. Eventualmente, se enamorará perdidamente de un pelo de Anastasia Tatí, una muchacha oriunda del Cayú (donde las mujeres no temen andar solas y los hombres se suicidan), que lleva una vaca atada y dice ser una planta.

La tercera parte de la novela cuenta el éxodo propiamente dicho: el peregrinaje sin destino de una reducción que queda a merced de los delirantes planes de sus líderes.

 

La despoblación está estructurada en treinta y un capítulos (agrupados en tres partes: La cristiandad del Guayrá, La despoblación, El Monte Más Allá) y un epílogo. Son unidades que, como ha notado Emilio Jurado Naón, se suceden lejos del fragmento y la autoconclusión: cuentan sucesos, casi como en una novela de aventuras, donde cada capítulo es una continuación, un devenir.

La estructura interna alterna la voz de un narrador en tercera persona con canciones en guaraní, anotaciones del cuaderno de Antonio (reflexiones, meditaciones, dudas trascendentales) y diálogos en clave de instrucción: a veces será Overá quien quiera aprender la concepción cristiana de las cosas, otras será Antonio quien pregunte sobre la mitología guaraní, para reinterpretarla en clave cristiana. Esta mezcla de registros define el ritmo de la novela: seco, condensado, vertical: la sintaxis de la prédica, de la enseñanza.

El tono del narrador (equidistante, sin inclinarse por ninguna mitología) sirve para dejar en evidencia los esfuerzos vanos de los personajes por hacer encajar los hechos en sus dudosas y mutables cosmovisiones. Así, el éxodo termina siendo narrado como una errancia absurda dirigida por las visiones de dos locos (Antonio y Overa), como si al coronel Kurtz de Conrad y Brando lo dirigiera Lucrecia Martel.

 

Podría decirse que La despoblación narra la insuficiencia de todo mito de origen: cada personaje tiene su propia lectura de los hechos, su relato personal, su propósito; y los que no, como el indio mula o el padre Maceta, caen la desesperación de creer en todo (que es como no creer en nada). Nadie está cómodo, todos sufren de una especie de urgencia crónica, una ajenidad.

Del mismo modo, diría que el verdadero protagonista de la novela es el pueblo guaraní que, arrinconado por la violencia física de los mamelucos y la violencia psíquica del adoctrinamiento eclesiástico, se las ingenia sin embargo para mantener viva su cultura sin renunciar a sus rituales y creencias. Parafraseando a Goerge Orwell, los guaraníes de La despoblación parecen sobrevivir como doblecreyentes: aceptando una mitología ajena sin abandonar la propia, pudiendo habitar la contradicción o la multiplicidad ontológica sin perder la cordura.